Deseo con este apartado ir dejando opiniones de personas u organizaciones emblemáticas sobre la realidad nacional. Opiniones de personas íntegras, decentes y totalmente alejadas del populismo, la demagogia fácil y la radicalidad.
Hoy deseo comenzar por MIKEL BUESA, Presidente de El Foro de Ermua, antiguo militante socialista vasco y víctima del terrorismo. Su hermano fue asesinado por lo peor de la barbarie española del siglo XX: ETA
En todos los artículos que vaya dejando aqui, sean de opinión o de cualquier otro de los apartados en que voy clasificando mi blog, dejaré un vídeo que haga referencia a la opinión dejada o a la noticia de actualidad que se refleje. En este caso os dejo el vídeo en memoria de Miguel Angel Blanco, auténtico símbolo nacional de la pérdida del miedo, del compromiso social para acabar con ETA y los nacionalismos excluyentes. Os dejo lo que supuso y es el auténtico ESPÍRITU DE ERMUA.
La fortaleza del «Espíritu de Ermua»
MIKEL BUESA
8-7-2007 10:45:52
Las del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco fueron jornadas que conmovieron a la inmensa mayoría de los españoles. En Ermua, en el País Vasco y en todos los demás rincones de España, por fin, una masa humana, ajena a cualquier consigna partidaria, expresó su voluntad de rechazo a ETA y a su proyecto totalitario nacionalista. Fue entonces cuando los ciudadanos tomamos la palabra y la calle para exigir al Gobierno y a los actores políticos un decidido propósito de derrotar a la organización terrorista sin entrar en juegos negociadores ni en sutilezas semánticas.
Habíamos descubierto el verdadero rostro de ETA, la genuina naturaleza de su violencia política y su ilimitada capacidad para ejercer el mal. Y sabíamos que eran capaces de tomar la vida de una persona inocente -porque Miguel Ángel era ante todo inocente- para intentar doblegar nuestra voluntad de ser libres y de hacer de la libertad la guía fundamental de nuestro sistema político. Por eso, no le dijimos al presidente Aznar que cediera al ultimátum etarra acercando a los presos a Euskadi, sino que le exigimos que se mantuviera firme; y reclamamos que Miguel Ángel volviera sano y salvo con nosotros.
Para la historia de la infamia
Miguel Ángel Blanco fue abatido a las cuatro de la tarde de aquel doce de julio de hace diez años, y abandonado moribundo en un monte cercano a Lasarte. Llevaba las manos atadas y había llorado por su vida durante muchas horas sin que ello conmoviera lo más mínimo a sus asesinos. Los nombres de éstos -Gallastegui, García Gaztelu, Geresta- quedarán para siempre inscritos en la historia de la infamia; y no deberán ser olvidados nunca, pues la memoria de su barbarie sigue apelando a nuestra conciencia para decirnos que existen límites que, en la acción política, nunca deben sobrepasarse, y que el crimen no es una razón que deba atenderse para organizar los asuntos públicos.
Los días de Ermua fueron de movilización ciudadana. Nunca en España se había conocido una participación tan intensa en el deseo de ver liberada a una persona que, hasta entonces, había sido anónima para la mayoría de la sociedad. Viví esos días en Madrid, en la Puerta del Sol, con angustia, con el anhelo de la libertad de Miguel Ángel, observando sobre todo a aquellos jóvenes que eran capaces de mantenerse en vigilia, como si vencer al sueño fuera la manera de evitar la pesadilla. De esa pesadilla, que no era sino la frustración de una aspiración de libertad para un hombre concreto -Miguel Ángel- y, con él, para todos los hombres y mujeres concretos, nació el que enseguida se llamó «espíritu de Ermua».
Ha pasado una década desde entonces y el sentimiento de aquel momento se ha serenado. Hay quien dice, por ello, que del «espíritu de Ermua» no queda ya casi nada; que la sociedad española ya no es capaz de reaccionar ante el terrorismo y que, por tal motivo, contempla acontecimientos como la negociación entre Rodríguez Zapatero y ETA con indolente ostracismo.
Discuto esta tesis. Es más, creo que ha sido sin duda el «espíritu de Ermua» el que ha limitado seriamente la capacidad del actual presidente del Gobierno para hacer efectivas las expectativas que había sembrado entre los terroristas, en años de conversaciones con ellos, de manera que no ha podido dar viabilidad a su eufemística versión del reconocimiento del derecho de autodeterminación, según el cual «el futuro de los vascos depende y dependerá de ellos mismos».
La fortaleza del «espíritu de Ermua» puede apreciarse en las observaciones sociológicas que han publicado distintos medios. Las encuestas señalan, a este respecto, que casi dos tercios de los españoles vieron con buenos ojos que, en marzo de 2006, se emprendiera una negociación con ETA, bien entendido que ello sólo se haría una vez que esta organización hubiera hecho efectivo el abandono del terrorismo. Un año más tarde, cuando había quedado claro que esta condición no se cumplía, tal apoyo se redujo drásticamente a menos de la mitad de los ciudadanos.
Éstos, por otra parte, se habían mostrado, ya después del verano pasado, muy escépticos acerca de los resultados de la negociación, de modo que más del cincuenta por ciento no creían que de ella se derivaría el final de ETA. ¿Cuál era la razón de tal desconfianza? Pues sencillamente que, según mostraban todos los indicios, el Gobierno se había metido en un fregado que a una mayoría de españoles, con independencia de sus preferencias políticas, no le gustaba nada.
En efecto, las encuestas habían reflejado también los límites de la negociación con terroristas. Y esos límites son bien expresivos del sentimiento de solidaridad de los ciudadanos con las víctimas del terrorismo y de su firmeza política frente a ETA; es decir, del «espíritu de Ermua». Así, todos los sondeos mostraban en 2006 que entre cinco y siete de cada diez entrevistados rechazaban que se hablara con los terroristas del derecho a la autodeterminación o a la independencia del País Vasco, así como del futuro de Navarra.
Actualmente, ese rechazo se sostiene con idéntica fortaleza y se le añade también el repudio a la participación de Batasuna en la política cotidiana y en los procesos electorales. Una proporción similar de ciudadanos objetaba también que se negociaran medidas de gracia con respecto a los reclusos de la banda terrorista o que se les acercara a Euskadi. Específicamente, cuando empezó la tregua de ETA sólo un cinco por ciento de los españoles aceptaba que esos presos pudieran salir de prisión, en tanto que el noventa por ciento consideraba que debían seguir cumpliendo sus condenas.
Cuestión de convicciones
Un año más tarde, las reacciones al caso De Juana Chaos -con un rechazo de casi dos tercios a la decisión del Gobierno de trasladarlo a San Sebastián y una opinión mayoritaria de que se había cedido al chantaje del terrorista- muestran el carácter inconmovible de estas convicciones.
Todos estos datos son expresivos de la voluntad de los españoles de no rendirse ante el terrorismo y de exigir la derrota de ETA. Es la misma voluntad que emergió en Ermua hace una década. Es la herencia que dejó grabada en piedra la terrible experiencia del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Y ahí sigue, con el mismo fondo, aunque ahora se exprese con menor vehemencia. Sigue en el amplísimo rechazo que suscita la política antiterrorista del presidente Zapatero, en la exigencia de que se vuelva al Pacto por las Libertades y en la voluntad de hacer de la democracia una barrera infranqueable para el terrorismo.
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